La carta

El final de la tarde hace estremecer los cuerpos. Estoy mirando por esta ventana llena de rejas, llena de odio y miseria. En la mesa, la comida se enfría otro día más, otro día más sin dar un bocado.Entre estas cuatro paredes mi cuerpo va muriendo con cada minuto que pasa, mis músculos van debilitándose día a día. No creo que pueda soportar así mucho tiempo.

Toda esta historia comenzó cuando la policía me secuestró un mes de Marzo. Era jueves por la noche, mis compañeros y yo nos disponíamos a incendiar el cajero automático de cierto Banco multinacional. La policía apareció por sorpresa encañonándonos con sus relucientes pistolas. Después de pasar toda la noche en una celda de la comisaría central vino el inevitable interrogatorio, dicho interrogatorio consistió en insultos y palos por todos los lados.Al día siguiente me internaron en esta cárcel mísera y oscura, como preso preventivo muy peligroso. Yo militaba, y aún lo hago, en el Movimiento Revolucionario de Perú, un movimiento que lucha por los derechos de los indígenas, los campesinos y los excluidos. Somos personas con un mundo nuevo en nuestros corazones, un mundo donde los bienes sean repartidos para todos por igual, donde la justicia sea justicia y no puro teatro. Ese es el mundo por el que queremos, y luchamos con las armas de los pobres, con nuestras manos y nuestras vidas. Por todo esto, yo soy un preso peligroso para este estado fascista.

Y aquí sigo dos años y medio después, aún sin ser juzgado por ningún juez. Todo ese tiempo hace que no veo a mis compañeros ni sé nada de ellos, sólo las breves noticias que me dan mis familiares cuando les dejan verme los carceleros, esto suele ser una vez al mes. Desesperante.Mañana es 25 de diciembre, llevo un mes y dos semanas en huelga de hambre, en protesta por mi situación de secuestro ilegal, por esta incomunicación y por este trato inhumano del que estoy siendo objeto. Aquí las vejaciones son cosa frecuente. Sé que algunos de mis compañeros han muerto en huelgas de hambre, quizá sea ese mi final, el final de este preso político.
A mis 27 años de edad nunca antes había sido detenido, yo, vivía acomodadamente con mi familia a las afueras de Lima. Mi familia vive bien, es una familia burguesa. Mi padre es maestro y mi madre doctora. Un buen día decidí bajar al barrio antiguo y salir a ver lo que me rodeaba. Y lo que me rodeaba eran niños sucios y harapientos, muertos de hambre, drogas, prostitución, policías corruptos y un largo etcétera.Al volver a casa y ver mi barrio limpio, la cena preparada en la mesa, la calefacción. Sentí entonces que los sucios y harapientos no eran ellos sino nosotros. Pensé que era injusto que yo viviera con todo y ellos sin nada. Decidí que no podía estarme más tiempo de brazos cruzados, viendo como mueren todos los días los pobres de este país, bajo la mirada asesina del gobierno y sus cómplices. Mediante unos amigos me puse en contacto con el movimiento revolucionario e ingresé en él. En estos cuatro años de militancia y de combates nunca he matado a nadie (aunque muchos se lo merecieran), pertenecía al comando de apoyo y logística. Nuestras acciones entraban dentro de la lucha callejera. He visto muchos compañeros caer muertos por un balazo de la policía o de los milicos. Pero cada día somos más, la solidaridad para con nuestra causa crece por momentos. En el interior de la selva hemos creado varios poblados, en ellos tenemos escuelas donde enseñamos a los campesinos a leer y escribir, tenemos una emisora de radio que cubre unos cien kilómetros a la redonda, Radio Libertad se llama. Editamos un periódico que repartimos en los pueblos y en la capital. Cada día se nos unen un buen número de campesinos, pues, los soldados del ejercito o los paramilitares les persiguen, queman y arrasan sus cosechas y violan a sus mujeres. En el interior se lleva a cabo una guerra a todas luces, aquí en la capital es diferente, la lucha es urbana por lo tanto hay mucha gente inocente ajena en las calles, hay que ir con cuidado pues somos combatientes, no asesinos.

En estas fechas navideñas, donde todo el mundo se acuerda de los que sufren, de los que injustamente viven en la pobreza, en estas fechas en la cual la hipocresía inunda las casas de occidente y en la televisión se jactan de solidarios por emitir anuncios de ONGs. Pero la realidad es otra muy diferente y esa no sale por la pantalla.En este ocaso en el que presiento que mi vida se encuentra, quisiera besar a mi madre, abrazar a mi familia por última vez y decirles que mi lucha no fue en vano, que entiendan mis razones. Que todo este tormento vale la pena, son muchos los que han entregado su vida por la causa del proletariado sin pedir nada a cambio.Por eso escribo esta carta a los medios de comunicación, si muero dentro de esta pocilga me gustaría que esta carta fuese publicada, espero que a los medios les quede la suficiente humanidad, profesionalidad y rigor como para hacer posible mi petición.Quiero que toda la opinión pública sepa lo que de verdad está pasando. Y por lo tanto, denuncio el sistema penitenciario de Perú y de toda Latinoamérica, denuncio a su policía por usar la tortura y los malos tratos, denuncio a los militares por defender siempre al poderoso atacando al débil, denuncio al gobierno peruano por venderse a los EEUU a cambio de beneficios personales, denuncio a las multinacionales por explotar a los indígenas, en definitiva, denuncio todas estas injusticias que recorren nuestro país y todo el planeta. El que no se atreva a levantar la voz contra estos abusos, es cómplice y cobarde. Cualquier persona, desde dónde quiera que se encuentre, puede hacer algo, colaborar solidariamente. Os lo dice un preso, una persona a la que le quedan semanas, quizá días de vida, una persona que no se arrepiente de nada. Luchar por una causa justa y morir en el intento, es una de las maneras más hermosas de morir, lo he entregado todo por la libertad de los oprimidos de mi pueblo, todo hasta lo más preciado: Mi vida.

Lima, 24 de Diciembre de 1998

Nota del autor: Esta historia inventada, desgraciadamente se repite frecuentemente en la vida real, en multitud de países, no sólo de América Latina, sino en todos los lugares donde la democracia y la justicia brillan por su ausencia.

El relato está tal cual lo escribí en 2004, no lo he corregido posteriormente.

©Miguel Ángel Rincón Peña
Diciembre 2004

Dibujo de Manuel Pérez Martínez

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